Los movimientos sociales comienzan a ocupar el lugar que creen merecer. A 20 días de la llegada del nuevo gobierno, celebran la firma del Compromiso Argentino de Solidaridad (CAS) que encabezó el presidente Alberto Fernández y del protagonismo que ha adquirido en el presente mandato la lucha “contra la pobreza”.
Los Cayetanos, férreos seguidores del lema de Francisco sobre las prioridades de “Tierra, Techo y Trabajo” han encontrado en la gestión de Fernández un verdadero lugar de protagonismo donde la “Economia Popular” tiene un programa de contención e inclusión para los próximos años. No sólo de asistencia, sino la pretensión de un salto «cualitativo» del «cobro de un plan a la de un salario por un trabajo genuino».
De hecho, la creación del nuevo sindicato de los movimientos sociales, la UTEP, va en ese sentido, y su lucha por integrar las filas de la CGT, -aunque con piedras en el camino- los posiciona en un nivel institucional y de participación más amplio y protagónico. También algunos cargos en el Ejecutivo, que predominan sobre las demandas de otros sectores, que por ahora deberán esperar, les dan aire para avanzar «no sólo en la contención sino en la transformación» de barrios y asentamientos.
Polémica por el índice de pobreza que dará el INDEC en marzo
A diferencia de la provincia de Buenos Aires, Alberto Fernández logró aprobar la Ley de Emergencia y avanzar en paralelo con el acuerdo multisectorial y el Consejo del Hambre, medidas fundamentales para dar un “respiro” a los más vulnerables, cuestión que Kicillof seguirá peleando hasta dar la batalla política que le permita salir del «pantano» en el que se ha visto atrapado éstos días.
Los movimientos sociales además reciben el reconocimiento de haber “contribuido a la paz social” por vías institucionales y evitar así situaciones de caos y muerte como ha ocurrido en otros países vecinos.
Con ese bagaje a cuestas, los movimientos sociales, encaran un año que les promete mucho y les plantea desafíos y conquistas, aunque la economía continúa a cada paso mostrando su fragilidad y la «solidaridad» que pregona el Gobierno, pueda no ser siempre entendida como el término casi romántico por el que todos estén dispuestos a ayudar.