Las secuelas de esta pandemia son tan grandes que la frase del Papa, que para muchos agnósticos en otra situación podría haber sido filosofía barata, hoy se ha vuelto una premisa en la que todos creemos, de distinto modo y a distinto tiempo, pero creemos.
Los laburantes, desde siempre, un poco más vulnerables y con una mayor consciencia social, por primera vez sienten que la adversidad es plena pero el escenario no es de “sálvese quien pueda”, aunque lamentablemente no todos se salvarán. Y por eso, particularmente aquellos denominados “esenciales” arriesgan incluso la vida, por algo más que sólo un salario.
También los sindicatos que los representan han dado muestra de ello, con alguna reivindicación social, pues pudieron dar muestras fehacientes de su capacidad de colaboración: poniendo por ejemplo a disposición muchísimas de esas inversiones en hoteles y espacios con que cuentan, en algunos casos cuestionados y hasta con algunas dificultades de justificación.
Lo mismo ocurrió con las obras sociales sindicales, que aún en situaciones económicas críticas-previas a ésta situación y producto de las devaluaciones anteriores- permitieron un doble comando para continuar con la atención habitual de sus afiliados y al mismo tiempo reacondicionarse para el funcionamiento y la prestación del servicio en las nuevas condiciones que la pandemia requiere.
Para los que creen que nada es casualidad, a la Argentina, la pandemia la encontró ya sabiendo la capacidad de daño del virus y con un gobierno dialoguista que retomaba el camino de la reconstrucción del Estado, único ente capaz de ponerse al hombro una amenaza sanitaria y económica de tal magnitud.
Esta semana con toda la expectativa que esta nueva etapa de la cuarentena nos impone: mayor apertura y otros veinte rubros industriales que se suman, comercios que comienzan a levantar sus persianas, familias que pueden volver a ver «la luz del sol», los trabajadores son quienes tendrán que asumir el “miedo” y los riesgos de ésta nueva calle, de éstas nuevas condiciones de vida y de trabajo.
Aún con sus salarios recortados, harán frente a lo que vaya a venir, no sólo por necesidad sino porque será el “capital del trabajo” el único que pueda poner a funcionar los engranajes de ésta Argentina que, como dice Kicillof, es “tierra arrasada”. Y sin exagerar lo es si miramos las estadísticas y los pronósticos económicos: salarios al 75%, 6,5% caída del PBI, un 50% de pobres, 40 % de trabajo informal, dólar arriba de cien, petróleo en cero, emisión, actividades a punto de desaparecer, posible default… Y siguen las firmas.
Eso no será un impedimento para que pese a todo “algo mejor pueda empezar a pasar”, una nueva oportunidad nos esté al alcance, si mantenemos la firme consciencia social de que falta atravesar el pico de los contagios, motivo por el que hoy estamos en éste lugar, y de que en riguroso orden la apertura de la cuarentena nos pone como ciudadanos en un lugar protagónico de responsabilidad social para cumplir protocolos, redoblar esfuerzos y tener presente categóricamente lo que decíamos al principio: «nadie se salva solo».