Fabián Tomasi se convirtió en un paradigma de las consecuencias que puede padecer un trabajador en pleno contacto con agroquímicos. Desde muy joven se empleó en un campo de Basabilvaso, Entre Ríos, como banderillero y peón rural mientras se realizaban fumigaciones aéreas.
Y desarrolló con el paso del tiempo polineuropatía tóxica severa: enfermedad que, tal como relató en varias ocasiones, afectó todo su sistema nervioso. «Mis primeros síntomas fueron dolores en los dedos, agravados por ser diabético, insulinodependiente. Luego, el veneno afectó mi capacidad pulmonar, se me lastimaron los codos y me salían líquidos blancos de las rodillas».
«Muchas provincias del litoral son arrasadas por el glifosato y el resto de sus químicos, como si desconocieran que los seres humanos tenemos un 70% de similitud genética con las plantas. ¿Cómo esperaban que sus venenos aprendieran a distinguirnos? No lo hacen. Por eso, cuando se fumiga, sólo un 20% queda en los vegetales y el resto sale a cazar por el aire que respiramos».
«Nos dejamos embaucar con la mentira de los agrotóxicos, ese negocio. Nos vendieron espejitos de colores y los compramos. Los jóvenes que se van a recibir de médicos deber tomar las riendas. Nosotros somos la sombra del éxito, la parte oscura de un negocio que mantiene el país», supo asegurar durante su lucha.
Tras años de pelea por visibilizar el conflicto que atraviesan vastas regiones de la Argentina y, al mismo tiempo, intentando sobrellevar su enfermedad, Tomasi falleció el último viernes, en compañía de su mujer e hija. Una de sus últimas frases fue: «Lo que busco es que las personas que me acompañan aprendan qué es la verdad para que cuando yo no esté puedan defenderla».