Son varios los sectores que dieron muestras de que, a medida que la cuarentena se prolonga sin fecha cierta de salida, crece la inquietud por la paralización y los efectos del aislamiento sobre la economía. Eso se traduce en presiones de muchos sectores que empujan las puertas de una apertura mayor luego del 11 de mayo, fecha tope que estarían dispuestos a tolerar.
Uno de esos sectores en cuestión fue el del calzado, donde el fin de semana se vieron publicaciones de inicio de la actividad “más allá de toda institucionalidad”, a cuenta de evitar el quiebre de empresas que están al borde del abismo.
La información no tuvo carácter oficial, y de hecho este lunes desde la Federación del Calzado salieron a desmentir la autoría de los textos que circularon durante sábado y domingo, los cuales se envalentonaron con otros rubros que padecen la misma agonía.
En relación a la necesidad de iniciar sus procesos productivos la FAICA señaló que “viene gestionando en todos los niveles gubernamentales la reapertura gradual” y reiteró “la necesidad de encontrar alternativas para el reinicio de las actividades industriales comerciales, con un normal abastecimiento de insumos y componentes, de parte de los proveedores”.
Pero, de todos modo, la preocupación se potencia en la medida en que no aparece con mediana claridad algún plan de salida para ir reabriendo las distintas actividades, sobre todo a las que les cuesta hacerse de las ayudas estatales anunciadas y poner en marcha los mecanismo de asistencia que en la “realidad” no son todo lo bondadosos que en boca de los funcionarios parecieran.
Por eso, algunos empresarios, se consideran con autonomía, hasta por fuera de lo institucional, a comenzar a trabajar, total o parcialmente –eso sí cumpliendo los protocolos de salubridad- y enfrentar el riesgo que eso significa, en un país paralizado desde hace siete semanas, y donde lo peor respecto a la epidemia todavía no llegó.
Es cierto que en todo el mundo se da el debate de la forma administrada de esas transiciones hacia la apertura comercial y social, pero todavía no hay consenso sobre cuál sea la mejor forma de salida, pues los resultados no son inmediatos, sino que se ven por lo menos 15 días más tarde, el tiempo que el virus tarda en disiparse o recrudecerse.
Los modelos que se están debatiendo y analizando, para permitir, por ejemplo, que regresen a trabajar quienes tengan hasta 40 o 45 años, con turnos bien espaciados en días de trabajo, cambios de horario, segmentación, para bajar al máximo las dotaciones y evitar contagios, en el caso de Argentina, no se conocen. Nadie parece estar trabajando en ese sentido, ni en el Gobierno ni en las autoridades de los distritos más relevantes, o por lo menos que lo haga con la celeridad que la caótica realidad económica requiere.
Hay consenso sobre la determinación de anticiparse y cerrar todo frente a la precariedad en la que estaba y seguramente sigue estando el país en materia social y sanitaria. Pero mantener una cuarentena sin final a corto plazo, con los hospitales y sanatorios vacíos, que también ahora están a punto de fundirse por falta de pacientes, no parece una estrategia que pueda durar mucho más, lo que genera ruidos y exige una reacción rápida y estratégica de parte del Gobierno, que hasta el momento, tuvo el monopolio de las decisiones y creció en aceptación e imagen gracias a la implementación de éste plan, que hoy aparece con grandes agujeros negros.