El garrón de gobernar en época de vacas flacas

Por María Laura Beheŕan

Sin globos amarillos ni lluvia de inversiones se hace difícil gobernar. Difícil y agobiante. Anunciar un recorte de 20 mil millones al año que significa llegar a una reducción del gasto en el Estado del 9% para el año que viene, no es el maltrago del anuncio ni enfrentar los cuestionamientos de los periodistas. Es llevarlo a cabo. Es gente en la calle, familias desocupadas, es recibir portazos, reclamos, puteadas, de propios y ajenos todos los días.

Es el momento en que muchos funcionarios empiezan a preguntarse para qué están ahí, quien me llamó a meterme y empiezan a aflojar las ganas entre otras cuestiones ya conocidas. Hasta al mismo presidente Macri parece  notársele, porque ha perdido la espontaneidad, la seguridad que tenía, el convencimiento. Es que él mismo era el comandante de  la «revolución» de la alegría.

“La historia de la pesada herencia les pudo servir como relato” les enrostró Cristina Kirchner desde su banca en la votación por las tarifas, pero esa no es la realidad: “Quien puede creer que les hubiesen prestado 100.000 millones de dólares de financiamiento si  la Argentina hubiese estado totalmente quebrada cuando la recibieron” ironizó la ex presidenta en una semana donde Macri la quiso volver a subir al ring y Cristina aceptó.

El le endilgó “hacer locuras” y ella lo catalogó de “cachirulo”. Sigue siendo entretenida  la grieta (no sé si redituable) donde los critican sus detractores y los envalentonan sus aplaudidores. Ese terreno lo conocen bien y el “duranbarbismo” lo tiene bajo control pero el problema ahora es que el epicentro de las cosas no está puesto ahí, quien los mira con lupa ya no es el pueblo argentino, es el Fondo Monetario y eso es bastante más difícil.

Y pensar qué distinto fue hasta ahora. Salir a buscar dinero fresco a tasas bajas durante los primeros dos años de gobierno, “un trámite”.  El «as» de las finanzas, Toto Caputo se lució por el mundo con el mejor “equipo económico de los últimos 50 años”, hablando perfecto inglés y tejiendo relaciones y negocios, para el país y propios.

Sin olvidar otro detalle. Después de haber recontado los votos el año pasado y confirmado el apoyo nuevamente de sus electores, la gloria fue más gloria. Reconfirmar el camino, tomar nuevo aire para avanzar en mayores reformas. Casi como un cheque en blanco.

La mesa comenzó a ser cada vez más chica y los oídos, (como siempre en el poder), cada vez más sordos. “Boludeaste dos años con las buenas ondas” les dijo el mismo Melconian, primo hermano de sus políticas y recién salido de la alianza Cambiemos en plena función pública. Ahora se vino la noche, para todos.

Había que bajar el déficit pero a quién le gusta dar malas noticias: “Echaban gente por la puerta de un Ministerio y tomaban a su gente nueva por la otra”, crear ministerios hasta llegar a 22 y sumar direcciones de direcciones. Se daban el gusto de erradicar a los supuestos militantes de Cristina y de engrosar nuevas filas con los propios.

Qué garrón es gobernar en el “ajuste”, ir en contra de todas las promesas de campaña,  tener las calles llenas de gente, de cortes y reclamos, ir a contramano de “pobreza cero” y tener cada día más pobres. Contar con un INDEC que ahora sí habla pero muestra una inflación por las nubes, que nos complica las paritarias y todas las demás previsiones.

Qué garrón es que  te pierdan la confianza, que dejen de creer, que el malhumor social se vea automáticamente en las encuestas. Qué garrón es que no te alcance y no saber de dónde sacar.  Qué garrón es empezar a sentir un poco lo que siente  la gente.